Durkheim diría que estoy teniendo actitudes suicidas. Le refutaría esto diciendo que no consumo nada que me esté matando. No dejo de comer por ninguna huelga. No me excedo. No tomo grandes riesgos. Nunca la Iglesia me contuvo. Sigo teniendo una familia. El sistema político me sigue amparando. E incluso a veces, a veces, me siento parte del colectivo social.
A veces camino por la calle y me puedo sentir parte del todo. A veces camino por la calle y me duele el viento. Algunos días me duelen más los silencios que las palabras.
Y hay días que sonrío por el simple placer de hacerlo.
En algunos momentos, me gustaría seguir cada impulso que pasa por mi mente. En otros, me gustaría no ser tan impulsiva.
Y porque aprendo de mí algo nuevo cada día, no me canso de vagar entre mis más desconocidas fantasías.
Porque hoy mi olor favorito es el del café, el Lunes lo mejor que me pasó fue una sonrisa, ayer el mejor abrazo fue una palabra y mañana el mejor color será el de la noche, nunca sé qué esperar.
Espero de la gente que me crea. Espero tanto de la historia, tanto, que aprender de ella es mi más humilde aporte.
Y a medida que las hojas caen y el frío aprieta y la cafeína se mezcla con la sangre con tanta gracia como se unen viejas compañeras de danza tras una larga espera, me vuelvo más ermitaña, pero se me endulzan las palabras y busco los rincones para revolcarme entre libros y llenarme de palabras y llenarme de viajes y llenarme de versos.
Se me tiñen de grafito y agua salada todas las hojas que aparecen frente a mí.
Intento llenarme los bolsillos de valentía, intento rodearme de palabras gentiles y voces cálidas.
Algunos días, hasta la sociología me llena el alma de sombras. Otros días le agradezco el favor de mantenerme con vida.
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