''Y lo del violín. Un día me compraste un violín, digo yo, porque cuando nació Tobías, el lechero, tocaba el violín; los judíos tocan el violín y no el piano porque se vive ligero de equipaje, si rajás del pogoromo no cargás un piano, te subís al carro, y entre el jaulón de gallinas y el baúl de ropa de cama, desenfundás el violín y te tocás el Eili Eili o el Hatickva, que yo tocaba y ya ni me acuerdo, papály no se te ocurra mandarme un violín acá; vos no, pero mamá tiene esas cosas, me pregunta si veo tele, telearañas, Viejo, el resto es silencio, pero así y todo, a veces me paro en el centro de mis dos metros cuadrados y encajo el violín en la pera, lo sostengo y mientras la mano izquierda ajusta las clavijas y afina con la diestra —con el arco de cerdas blancas que le vengo de dar una biaba de parafina, y con el pie izquierdo ligeramente avanzado— marco el compás, Viejo... pero lo que me sale es un tango, ¡quevachaché!''
— Mauricio Rosencof / Fotografía de Daniel Mordzinski.
— Mauricio Rosencof / Fotografía de Daniel Mordzinski.
Libros tan impresionantes como éste, pocos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario