Y juró nunca nunca más pensar en él. Y acá está, escribiendo una vez más. Se molesta cuando lo dice en voz alta, se siente triste y feliz a la vez si lo piensa. Entonces, ¿a dónde debe llevar todas esas palabras que nunca logra terminar de decir? Camina, sólo camina y ya verás. Eso es todo lo que logra escuchar, cuándo entenderá el mundo que se cansa de caminar, que agota escuchar que todo va a mejorar. Aburre circular por este andén sin destino. Hoy recuerda cosas sin sentido, que ya creía haber olvidado. Cosas que tendrían sentido si él pretendiera recordarlas, pero no lo hace. Y elige una libertad más que severa, escóndete, pero no vayas lejos, le susurra al despedirse. Muéstrame que no te importo princesa. Muéstrame que yo sí lo hago, y entonces nos encontraremos. Camina y el viento ensordece las palabras que él arremete contra ella. El pronombre maldito. Desaparece para no volver. No envies cartas que nunca llegarán, y se perderán en rincones salvajes de ciudades perdidas. Él nunca entendió sus fascinaciones, se quejaba de que miraba demasiado al cielo, de que vivía en un mundo paralelo, de que soñaba con realidades imposibles, pecados capitales que no le molesta reconocer. Ella se quejaba de su seguridad insegura, de su arrogancia, de que las diferencias que los unian, hoy los separaban. Comprometidos con el aire que los unió, se separan como un tornado palpitante. Y dejan pasar mil sueños.